Se le presenta muerto, clavado de pies y manos a una cruz ochava, incorporada en la última restauración.
Algo semejante ocurre con el sudario de tela que envuelve y oculta el primitivo, muy desvirtuado, pero que aún refleja fielmente, en el plegamiento de sus paños, el sentido caligráfico de las viejas formas ojivales. Esta fidelidad por mantener la tradición medieval contrasta con las nuevas conquistas renacentistas- Quattrocento -, como la búsqueda de la belleza del desnudo y el misticismo de corte humanista, que se evidencia en la poética sencillez de su humano rostro, de mórbidos párpados y pómulos y en ese suave modelado de su lastimado cuerpo, que contribuye, de modo especial, a crear esa atmósfera devocional que envuelve tan singular talla y la conecta con la sincera y sencilla espiritualidad popular.
Fue nombrado Patrono de Utrera el 11 de mayo de 1675, instituyéndose un voto de fiesta perpetua con solemnidad de víspera y sermón el día 28 de febrero: “en memoria y acción de gracias por las milagrosas lluvias que tuvieron lugar por su intercesión en aquél árido año, y por dejar a los siglos venideros un perpetuo recuerdo de tantos prodigios y maravillas que Dios ha obrado por medio de su Santísimo Hijo a quién se venera en esta sagrada imagen”.
En el año 1990 se restauró por D. Francisco Berlanga de Avila.